Rabos de lagartija

Reseña del libro Rabos de lagartija de Juan Marsé

Pero David ya no la escucha ni la habita, esa aventi hace tiempo que lo abandonó y ahora él va caminando solo por la calle con las manos en los bolsillos y una margarita en el pelo, siempre con su aire friolero y entumecido a pesar del calor, siempre con esa pinta de niño extraviado en el bosque pero atento a una voz que le guía en la oscuridad

Juan Marsé, Rabos de lagartija (Debolsillo, 2018)

Juan Marsé lo conocí con Últimas tardes con Teresa, que me gustó mucho, y quise repetir con otro título. Rabos de lagartija también me ha gustado, pero de otra manera. En este caso, la historia es más coral, mezcla fantasía y realidad de modo que resulta difícil saber dónde termina una y empieza otra. Pero la verdad es que importa poco.

El protagonista es un chico, David, que, por un problema en los oídos, capta ruidos y conversaciones que los demás no son capaces de alcanzar. Conversa con su hermano, aun en la barriga, con su padre, que ha huido, con el aviador de la RAF de una foto colgada en su casa. Habla con su madre, la hermosa pelirroja, con su amigo Paulino y con el inspector Galván. El Sahib, come le llama David, visita a menudo su casa con el pretexto de preguntar a la Señora Bartra información sobre su marido, aunque tanta atención se deba más bien a una mezcla de fascinación y sentido de culpa hacia la pelirroja.

Lo que une a todos es un sentimiento de tristeza, melancolía y fatalidad, pese a que la esperanza que impulsa a los personajes en seguir adelante les haga arder como flamitas. Hasta que la mano de Marsé deja de alimentar el fuego y estos bellos personajes, poco a poco, se apagan.

Sobre el autor: Juan Marsé (Barcelona, 1933- 2020) ha sido un novelista de la conocida como generación del 50 de la que hacen parte también Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Eduardo Mendoza. Entre sus títulos: Encerrados con un solo juguete, La oscura historia de la prima Montse, El amante bilingüe, El embrujo de Shanghai. Sus obras se sitúan en Barcelona, sobre todo en el barrio del Guinardó, donde pasó su infancia, y en ellas analiza la degradación moral, las diferencias sociales y de clase con realismo social e ironía. Recibió el Premio Cervantes en 2008.

Texto y foto de Chiara Mancinelli

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