
Me levanté con un enorme dolor de cabeza. Estaba tumbado en una especie de camastro, de paja y madera. Me incorporé hasta estar sentando en él, y así pude ver que estaba en una sucia celda, con sus barrotes y todo. ¿Me habían capturado de nuevo los klingon? Era una probabilidad bastante alta, porque eso de una celda con barrotes es una cosa muy propia de los espartanos klingon. Claro, que lo del camastro no me cuadraba mucho, porqué a pesar de que era una cosa bastante incomoda y desvencijada, al menos era un lugar donde poder recostarse, y no parece un lujo del que dispongan los klingon, vamos, me imagino que ni siquiera en los aposentos privados de un alto cargo klingon hay camastros de estos. Y mucho menos, en los lugares habilitados para retener a sus enemigos.
Me palpé la zona de la cabeza que me dolía más, y pude comprobar con gran dolor, que en dicha zona había nacido un enorme chichón. Fruto, seguramente, de algún golpe, claro está.
Eso me hizo pensar, que últimamente me daba muchos golpes en la cabeza, alguno dirá que lógico, dada mi torpeza legendaria, e incluso habrá otros que piensen que esto de los reiterados golpes en la cabeza, explicaría muchas cosas, sobre mí. Pero bueno, ahora mismo eso no me suponía ningún alivio. Estaba claro, que tenía que vigilar en mis próximos viajes. Tal vez fuera buena idea llevar casco en dichos viajes. En aquel momento, también me di cuenta de que dichos repetitivos golpes en mi adorada testa, coincidían en épocas en que estaba viajando solo, sin la compañía de alguna agradable y bella alienígena ni nada que se le pareciera. Lo cual quizás también explicaba dichos golpes. Por aquello de que uno tiene la cabeza en otro sitio, que se suele decir…
Pensaba yo en todo esto, cuando de repente me di cuenta de que frente a mí había un señor con cierta cara de extrañeza que me miraba, sentado en un taburete, desde el otro lado de los barrotes.
Era un señor que parecía portar unos extraños ropajes, tipo mallas en lugar de pantalones, y jubón en vez de camisa o camiseta. En la cabeza parecía portar un gorro frigio, así como de pitufo o cual barretina catalana, y sujetaba con sus dos manos un enorme garrote de madera.
La apariencia arcaica de ese señor, o al menos de los ropajes que portaba, me hizo pensar en mi anterior aventura, donde gracias a un posible fallo del TUP (TeleTransporte UniPersonal) me había desplazado en el tiempo y el espacio hasta el pasado remoto de la Tierra, concretamente hasta el 1863. Así que, la deducción lógica era que al usar de nuevo tal dispositivo, para tratar de regresar a mi tiempo y mi espacio correctos, me había desplazado en el tiempo terráqueo nuevamente, pero en vez de hacia el futuro, esta vez más al pasado todavía, hasta una época que parecía un tanto medieval.
Lo lógico sería preguntar al hombre aquel que me observaba desde el otro lado de la celda donde me encontraba preso, pero claro, no podía preguntarle si es que estábamos en época medieval, porqué tal concepto no existía en aquellas épocas. Y preguntarle en que año estábamos, también pudiera ser un asunto espinoso, dada la apariencia inculta de tal personaje, o la posibilidad de que me tomara por loco o por una persona trastocada en algún sentido.
Además, tal fuera el caso que no me entendiera, que no entendiera mi lengua, claro qué, si un soldado secesionista me entendía, no había motivo para pensar que este buen señor del medioevo no me entendiera también. El porqué me pudiera entender no lo sabía a ciencia cierta. Tal vez fuera cierto aquel rumor de que a todos los integrantes de la flota estelar, o ex-integrantes como en mi caso, se les implantaba un dispositivo de traducción universal para facilitar las interacciones con seres de otras especies o con seres de la misma especie pero con idiomas distintos.
Conclusión: mejor no preguntarle por en que época estaba, pero sin descartar preguntarle alguna otra cosa, que me diera alguna pista de donde me hallaba. Y la verdad es que llevaba yo ya un rato cavilando allá sentado, mientras aquel señor medieval no me quitaba ojo de encima. Así que mejor hablara con él cuanto antes, para que no pensara que yo estaba medio loco, o se pusiera nervioso al ver que yo tenía un comportamiento tan extraño. Me imagino que lo lógico sería preguntarle como había llegado hasta allí, pero como me seguía doliendo el chichón, opté por lo siguiente:
–Buenas tardes… o días, señor… carcelero… ¿Sabe usted si me caí golpeándome la cabeza en algún momento de camino hasta aquí?
–No – respondió el señor al otro lado de los barrotes.
–Veo que me ha respondido muy tajantemente, lo que me hace pensar que tal vez sepa como me golpeé la cabeza –observé yo.
–No se la golpeó – respondió el carcelero.
–¿Entonces?
–No se la golpeó, se la golpearon.
–Vaya, ¿quién haría tal cosa?
–Bueno, creo que lo podría hacer cualquiera, pero de hecho, lo hice yo mismo, con esta misma cachiporra – dijo el carcelero alzando un poco la porra que sujetaba con las manos.
–Vaya (sí, de nuevo dije “vaya”), ¿y por qué haría tal cosa?… Vamos, creo que es la primera vez en mi vida que le veo a usted, aunque con mi amnesia selectiva galopante, no tendría nunca la certeza absoluta, pero bueno… Pero bueno, vamos, quiero decir… que al no verle nunca en la vida antes, diría yo que nunca he tenido nada contra usted, ni le he hecho ningún daño…
–Bueno, es que es claramente, usted, un hombre del Conde… Y hay que andarse con mucho ojo con la gente que trabaja para el Conde….
–Creo que está usted confundido, yo no tengo ningún trato con la nobleza, ni he trabajado con ella, ni para ella, ni he tenido nunca ninguna relación con condes, vizcondes, marqueses y similares…
–Ya, ya… Vaya usted con ese cuento a otro, a mí no me engaña… Mire, aquí llega el burgomaestre, que le pondrá a usted en su sitio…
Y entonces, llegó el burgomaestre, claro. El tal burgomaestre, venía a ser otro hombrecillo, un poco más arregladillo, y con otro gorro frigio también, pero de un poco más calidad, aparentemente.
–Bueno, a ver que hacemos con usted ahora –dijo al llegar el llamado burgomaestre.
–Pues está bien claro, me liberan y ya está, todos tan contentos, y tan amigos –respondí yo.
–Me temo que eso no va a ser posible, al ser usted uno de los esbirros del Conde…
–Y dale, que yo no trabajo para ningún conde… Ni marqués ni similar…
–Permítame dudarlo, está claro que usted no es ninguno de nosotros, no es nadie de este pueblo, y por tanto ha de ser un colaborador del Conde, está muy claro…
–Ah, que todo esto es porque soy forastero… Forastero en tierra extraña… Pues si así tratan a los foráneos, me imagino que no deben recibir muchas visitas…
–Así es, pero todo es por la maldición del Conde, que ha condenado a nuestro pueblo a innumerables penurias…. –dijo el burgomaestre.
–Ah, a ver empezado por ahí… Sepa usted que yo soy… un gran héroe, un aventurero, siempre presto a ayudar a los más desfavorecidos…
–Permítame dudarlo, nuevamente, pero con esas ropas de mujer que lleva, no lo parece usted para nada…
–¿Estas ropas de mujer?… –y entonces me percaté que aún llevaba puesto el camisón de mi anterior aventura confederada – Oh, sí, esto… bueno, verá, esto son unos ropajes que me tuve que poner al estar convaleciente hace unos pocos días…
–¿Ah, sí?
–Sí, mire, mire, ve que sigo teniendo una importante herida en la cabeza – le dije al burgomaestre, inclinándome y señalando el golpe de mi testa.
–Ah, ya veo –dijo el burgomaestre acercándose un poco a los barrotes de mi celda.
–Eh, oiga, que ese es el golpe que le di yo con mi cachiporra cuando le capturé, cuando estaba usted merodeando por las cercanías del pueblo –dijo el guardia de la celda.
–¡Un momento! El que estaría merodeando sería usted, y además armado –respondí yo.
–No, no, se equivoca, yo simplemente estaba encargado de vigilar las inmediaciones del pueblo, para prevenir los ataques de los demonios del Conde –me corrigió el guarda.
–Bueno, bueno, haya paz –nos cortó el burgomaestre– Así, ¿afirma usted ser simplemente un forastero que llegó por casualidad a nuestro pueblo?
–Eso es… Ya ve, que no porto ninguna arma, y no me haga levantarme el camisón para enseñarle el resto… Soy una persona pacifica, y fui atacado sin mediar provocación por uno de sus hombres – aclaré yo.
–No sé, no sé… En verdad, tiene usted pinta de ser una persona pacifica, y sobre todo, lo que es más importante, tiene usted pinta de ser una persona… una persona simplemente….
–Ahora no lo cojo a usted… ¿Una persona? ¿Una simple persona o una persona simple? Salta a la vista que soy una persona… una persona humana, para más señas…
–Sí, sí, a eso me refiero, quiero decir que no es usted uno de los malvados demonios del Conde… – explicó el burgomaestre.
–¿Demonios? Está hablando usted en sentido figurado, claro está…
–No, no, para nada, hablo de Demonios, con todas las de la ley… Una ley maligna eso sí..
–¡Vaya!, me deja usted sorprendido… No puedo creerme que seres del averno estén acechando su idílico pueblo –dije yo.
–Pues, lamentablemente así es –añadió el burgomaestre.
–Lo lamento sobre manera… Y como le decía antes, yo soy un gran héroe, y ando siempre dispuesto a ayudar a las gentes de bien, como ustedes parecen ser… Bueno, el guarda este que tienen de la cachiporra, no parece tan amigable, pero en fin… Entiendo que él simplemente quiere defender a su pueblo, y cometió el error de atacarme a mí, confundiéndome con uno de sus enemigos… Uno de esos demonios de los que hablan ustedes… aunque yo no poseo ni cuerno, ni cola, al menos literalmente, vamos…
–Eso parece, y tiene usted razón, los esbirros del Conde, al tratarse de demonios, son fácilmente identificables, por poseer, como usted bien dice, enormes cuernos y rabo… Supongo que la noche confundió a mi hombre de guardia – dijo el burgomaestre.
–Pues bien, una vez aclarado el equívoco, explíqueme un poco más lo que está ocurriendo, para mirar de ayudarles en su lucha contra el Conde y sus diabólicos demonios, valga la redundancia, claro –le pedí yo al burgomaestre.
–Verá, todo empezó hace un par de meses… Cuando pudimos comprobar que el castillo del antiguo Conde fue ocupado por otra persona… A la cual le hemos llamado también el Conde, por habitar dicho castillo… Al poco tiempo, pudimos comprobar que dicho Conde, el nuevo inquilino del castillo, no había llegado solo, si no que venía acompañado de unas feroces hordas de demonios, que arrasaron nuestros cultivos y atemorizaron a las pacíficas gentes de nuestro pueblo desde que llegaron a nuestro pacífico pueblo…
–Es una historia bastante triste, pero me es difícil imaginar a tales bestias… y por las épocas que estamos, sospecho que simplemente, esos demonios son fruto de la superstición y de las incultas mentes de los pueblerinos de este lugar…
–Oiga, un respeto, que yo soy una persona instruida, y sí que he visto a tales demonios… Cierto que soy una persona temerosa de Dios, como todos nosotros, lo cual creo que no me quita más razón que a usted, que es simplemente un recién llegado, que ni siquiera ha visto a tales bestias, pero se permite dudar de nuestra sinceridad… –contestó el burgomaestre.
–Bueno, en cualquier caso, no era mi intención ofenderles… Y como decía antes, yo soy un gran héroe y estoy dispuesto a ayudarles, si me sacan de aquí claro está…
–De acuerdo, le llevaremos hasta las bestias demoníacas que habitan el castillo, para que pueda verlas con sus propios ojos y se horrorice ante ellas –dijo el burgomaestre.
–Sí, les demostraré que es una simple superstición, y si no fuera el caso, igual acabaré con esas bestias del averno… –insistí yo.
–De acuerdo, le llevaremos hasta el castillo del Conde con prontitud…
–Vamos, estoy deseoso de acabar con el mal que asola vuestro poblado… Solo indíquenme el camino hasta el castillo ese del conde aquel…
–Creo que será ahora un buen momento para ir hasta allá, aprovechando la oscuridad de la noche… Por lo que hemos podido comprobar, los demonios no salen por la noche, lo cual es un respiro para nuestros temerosos conciudadanos…
–Podemos aprovechar el túnel subterráneo que une el castillo del conde con el antiguo monasterio abandonado de las devotas monjitas que habitaron el lugar hace años…
–¿Un túnel secreto que une el castillo del Conde con el lugar de residencia de unas monjitas?
–Sí así es, dicho túnel existe, no me pregunte para que lo usaba el Conde… –dijo el burgomaestre.
–Bueno, pues indíquenme la entrada de dicho túnel… –añadí yo.
–Haré algo mejor, le acompañaré yo mismo hasta el castillo del Conde… – dijo el burgomaestre con resolución.
–¿Como? No quisiera yo que usted, noble burgomaestre, arriesgue su vida en esta peligrosa misión nocturna… –dije yo.
–No hay discusión posible, me debo a mi pueblo… Además, le he dicho que le acompañaría hasta los demonios, no que fuera a luchar a su lado contra ellos…
–Ah, pensaba… Oigan, ¿y no me podrían dar unos ropajes más adecuados? No quisiera yo enfrentarme contra unos peligrosos demonios, simplemente ataviado con un camisón…
–Ah, es cierto, quítese esa mariconada y póngase unas mallas ajustadas como es debido – dijo el hombre de la garrota.
Tras cambiarme de ropa, fui con el burgomaestre y el hombre de la garrota, hasta las ruinas del monasterio que por lo visto fue morada de unas adorables monjitas. Allá, el hombre de la garrota despejó de maleza una entrada subterránea que se adentraba en las profundidades de la tierra. Dicho aldeano nos deseó suerte, y el burgomaestre y yo, bajamos las escaleras hasta el túnel secreto que nos llevaría hasta el castillo del Conde…
El túnel tenía más bien pinta de húmeda y maloliente cloaca, pero bueno… Al menos, esperaba que nos mantuviera escondidos, para no perder el factor sorpresa en el ataque que íbamos a realizar al castillo del Conde.
Evidentemente llevábamos un par de candiles de aceite para iluminar el oscuro pasadizo secreto. Y además el burgomaestre portaba el garrote, que amablemente, le había cedido el vigilante de mi celda minutos antes.
–Sabe una cosa, señor burgomaestre
–Como le comenté antes, soy una persona instruida, y he de confesar que sé más de una cosa…
–No, no se me ofenda, era una expresión, es una forma de hablar… Quería comentarle, siendo sincero, que esperaba que no se atrevieran a acompañarme en mi misión contra los demonios del castillo… Lo cual hubiera aprovechado para escapar de mi cautiverio…
–Entiendo su miedo… Nadie es tan valiente de enfrentarse a una furiosa horda de demonios…
–Comprenda, que realmente soy un gran héroe, como le expliqué antes, y que he luchado contra innumerables criaturas malignas, de todos los tamaños y colores… Aunque principalmente, criaturas reptilianas… Pero estoy convencido que lo que asola su pueblo, simplemente es la superstición… Y mi plan, como le decía, era que me dejaran ustedes libre, con el pretexto de ir a luchar contra los demonios, y aprovechar entonces para irme pacíficamente del lugar…
–Pues mire, su plan no ha salido bien, y ahora estamos a punto de ser devorados por unos demonios ávidos de sangre…
–La verdad es que pensaba que no superarían su superchería, y ninguno de ustedes se atrevería a acompañarme en la arriesgada misión…
–Me debo a mi pueblo, y es hora de que acabemos con esos demonios, no podemos vivir para siempre con esta angustia y temor constante… Es hora de afrontar nuestros miedos… Todos nosotros, incluido usted… Y que usted demuestre de una vez por todas, que realmente es un gran héroe como no se cansa de decir a cada instante…
–Sí, tiene razón… Aunque también es verdad, que del sitio de donde vengo yo, existe una organización, a la cual pertenecía, cuya regla más sagrada, era una llamada primera directriz, que prohibía taxativamente la intervención en otros colectivos…
–¿Que era usted también monje de clausura, como las monjitas de lugar, o algo así?
–Más bien… Algo así… Pero también tendría gracia, que si estando en aquella organización, yo ya no respetaba esta regla tan sagrada, resultara que ahora que yo no pertenezco a esa organización, me diera por respetarla en estos momentos, y no intervenir en su caso, ni ayudarles con el tema este de los demonios…
–Bueno, sea como sea, aquí estamos los dos, y en cierta manera me alegro de no estar solo, porqué el resto de mis conciudadanos no se atreven a acercarse tanto al castillo del Conde.
–Sí, de perdidos al río…
–Hay que ver que raro que habla usted… Se nota que usted no es de por aquí… Pues en caso contrario, sabría que por aquí no hay ningún río cerca….
–Mire, aquí se acaba ya el túnel… y comienza un nuevo tramo de escaleras que suben hacia arriba, hacia lo desconocido…
–Que no, que ya le he dicho antes, que el túnel da al castillo del Conde, que es un sitio conocido…
–Bueno, era una forma de hablar, pero ahora que lo pienso, ¿dónde exactamente van a dar estas escaleras?
–Y dale, pero si se lo acabo de decir, al castillo del Conde…
–Sí, ya, esa parte ya la he entendido a la primera… Me venía a referir, a donde exactamente dan las escaleras… A que parte del castillo, no fuera que saliéramos en medio del comedor del castillo y pilláramos al Conde cenando o algo así, y se enfadara con nosotros…
–A ver, venimos a acabar con él y sus demonios, así que tampoco espero que nos reciba con los brazos abiertos… Pero ya que lo pregunta, estese tranquilo que el túnel comunica con el establo del castillo, y no creo que a estas horas de la noche esté el Conde dando de cenar a los caballos o algo así…
–Bueno, pues subamos entonces…
Y así lo hicimos. La apariencia del lugar, como era de esperar, era la de un establo estándar, normal y corriente. Caminábamos con sigilo, y por aquello de que yo era el héroe del grupo (más bien dúo), iba yo delante… Cuando de repente, vi que la luz del burgomaestre se detenía, y no continuaba más. Así que me giré para ver que el burgomaestre, efectivamente se había parado, y mostraba un aspecto blanquecino y una imponente cara de pavor. Yo iluminé a mi alrededor para tratar de ver que era lo que espantaba tanto al burgomaestre, pero sin éxito, por lo que me decidí a hablarle tal que así:
–Pero que pasa… ¿Y esa cara tremenda de susto, que es lo que ocurre?
–No lo ve… Estamos en la boca del lobo…
–¿En la boca del lobo?
–Bueno, es metafórico, digo que estamos en medio de los demonios…
–¿Demonios?
–Sí, los demonios de los que le hablamos antes… Están aquí, entre nosotros, estamos rodeados de ellos, no tenemos escapatoria, esto es el fin…
–¿Pero que dice? Está usted ido… Aquí estamos solo nosotros, en un típico establo…
–Pero no lo ve? Están por todas partes… ¿No ve sus afilados cuernos y sus oscuros y enormes ojos?
–A ver, a ver, déjese ya de tonterías… Aquí los únicos cuernos que veo son los de estas pobres vacas…
–¿Vaqué?
–Vacas… Estos animales de aquí, así parduzcos, con sus cuatro patas, y sí, sus cuernecillos…
–Eso, eso, eso son los demonios que acaban con nuestras cosechas, y que asustan a los lugareños…
–Vamos hombre… ¿Me está tomando el pelo o qué? ¿Ahora resultará que no saben ustedes lo que son unas simples vacas?
–Y usted no sabrá que es un demonio… y eso que ha sido monje…
–Mire… Ve, estoy acariciando la cornuda testa de esta pobre vaquita, y no pasa nada –le dije al burgomaestre mientras hacía eso mismo.
–¿Como es posible? Realmente será usted un gran héroe, porqué se acerca usted sin ningún temor a tocar esas bestias…
–Bueno, sí que es verdad, que así en la penumbra, estas pobres vaquillas pueden dar un poco de susto, más si nunca las ha visto en su vida, como parece ser el caso. Pero ve, no pasa nada con ellas. En general son bastante tranquilas… –dije mientras seguía tocando la cabeza del animal en cuestión.
–No lo puedo acabar de entender, como es que la bestia no le hace nada…
–Bueno, es que en general son animales domésticos, que están habituados a la presencia humana… No me explico como es posible que no supieran ustedes lo que es una vaca, ¿tan ignorante era la gente en la Edad Media?
–¿Y dice usted que esa cosa es un animal doméstico?
–Sí… claro, me supongo que ustedes tendrán también animales domésticos, de uso agrícola… No sé, como un cerdo… Claro que un cerdo con cuernos sería más bien un jabalí… Pues esto igual que un cerdo pero más grande, y con cuernos, eso sí… Como un caballo, pero cornudo… Como una cabra, pero a lo grande…
–¿Y entonces las bestias estas se comen también?
–Pues sí, aunque normalmente se las ordeña, para sacarles la leche, por lo que tengo entendido… Y beberla, o hacer quesos con ella… No me puedo creer que exista alguien en el universo que no conozca el queso…
–¡Eh! ¡Que es todo este jaleo! ¡Oigan que hacen ustedes en mi establo a estas horas de la noche! ¿No serán ustedes de esa gente que le gusta hacerlo en establos y pajares?
–Eh, un respeto… ¿Y usted quién es? –pregunté al hombre que irrumpió gritando en el establo.
–¡Pues soy el dueño del establo y de este ganado!
–Mire, precisamente, habíamos venido a ver a sus vacas…
–¡Ah! ¡Encima! ¡Son de esos pervertidos que quieren hacerlo con animales!
–No, hombre, no, que obsesión tiene usted con hacerlo… No, que venimos del pueblo este cercano al castillo, por un problemilla que hay con sus vacas… –aclaré yo.
–¿Con mis vacas?
–Sí, aunque yo hasta ahora no sabía que se trataba de vacas, claro… Resulta que estos animales suyos están causando cierto revuelo entre los aldeanos del lugar…
–No entiendo por qué –dijo el hombre del castillo.
–Bueno, primero que ellos no sabían que era una vaca, hasta ahora y luego que parece ser que dichas bestias están destrozando los cultivos de los aldeanos –expliqué yo.
–Eso podría ser, porqué es verdad que las suelo sacar por el día a pastar, así un poco a su aire…
–Sí, vendría a ser como el típico problema entre ganaderos y agricultores. Creo que he visto alguna peli sobre el tema… Y pienso que con algún tipo de alambrada o vallado el tema quedaría zanjado y los cultivos estarían a salvo de su ganado –observé yo.
–Me parece bien, no he venido a este pueblo a causar ningún problema y no quiero enemistarme con los aldeanos. Entre todos podemos construir un vallado que delimite las zonas de cultivo y las pasturas, para que no tengan ningún problema con mis vacas –dijo el señor del castillo.
Y así fue. En varias semanas los aldeanos construyeron toda una serie de vallas que delimitaron el área de pastoreo de las vacas de El Conde. Yo me quedé cierto tiempo en la región, supervisando el trabajo y tratando de aleccionar a los ciudadanos de aquella región sobre las grandes ventajas del uso y disfrute de las vacas… Ya me entienden, me refiero a las enormes ventajas de tener vacas y del disfrute de sus mamas… Bueno, más bien, de la leche que mana de sus ubres, con la cual producir sabrosos quesos y demás derivados lácteos… Tras lo cual, puse en marcha de nuevo el TUP para realizar el siguiente salto espacio-temporal que me llevaría hasta…. Hasta, no sé… Pero tenía la esperanza que me llevara ya de vuelta a mi hogar pues ya estaba algo cansado de tanto salto espacio-temporal…
Texto de Tony Jim
Ilustración de Jana Kalc